La lucha de AMLO es muy útil y valiosa en el fondo, sobre todo en la propuesta de priorizar a los pobres en nuestro modelo de desarrollo.
El Partido de la Revolución Democrática tendrá que decidir en unos días qué idea de su nombre pesa más en su futuro: la revolución o la democracia.
Ese partido ha llevado la protesta poselectoral simultáneamente por dos vías: la jurídica, agotando todas las instancias de impugnación legal, y la política, mediante la resistencia civil pacífica. Es un doble discurso y una estrategia contradictoria, que está muy cerca de agotarse.
Cuando concluya la última instancia del proceso electoral, lo que está a punto de suceder, el PRD debe decidir, simplemente, si acata o no la resolución del Tribunal. En ese momento, ese partido tiene en sus manos buena parte de la obra democrática de esta transición.
Si reconoce el resultado, aunque sea bajo protesta, habremos dado un salto cualitativamente muy importante en la consolidación institucional de nuestra democracia, pero, si no lo acepta, estaremos caminando hacia atrás y emprenderemos, como tantas veces en la historia de América Latina, un nuevo episodio de confrontación y debilitamiento de las instituciones.
La lucha de López Obrador es muy útil y valiosa en el fondo, sobre todo en la propuesta de priorizar a los pobres en nuestro modelo de desarrollo. Pero es necesario que cambie de formas de acción política. Debe entrar en razón y entender que, si sigue por el camino de confrontación, quizás hasta de la violencia, es precisamente a los más pobres a quienes más daño les va a hacer.
López Obrador declaró el 20 de agosto, en su Asamblea Informativa, que “si se consuma y se rompe el orden constitucional, ya hemos convocado a todo el pueblo de México, con apego al artículo 39 de nuestra Constitución a participar en la Convención Nacional Democrática.” Y redondeó el 21 con una declaración que apareció en el Financial Times y dice: “México necesita una revolución”, y agrega, “los cambios más importantes de México nunca han venido a través de la política convencional sino de las calles.”
Debemos preguntarnos: ¿y no sería tiempo de que los cambios en México llegaran por la política convencional y no por las calles?
El PRD y López Obrador, al estar hablando de una revolución, están construyendo un escenario que no nos llevará a ninguna revolución social, pero muy probablemente sí nos traerá un innecesario periodo de inestabilidad política en México.
Es un error que el partido mayoritario de la izquierda opte por una revolución, en la que México no tiene nada que ganar, y renuncie a una democracia en la que no tiene nada que perder.
La descalificación institucional de López Obrador está escalando y va agregando nuevos adversarios todos los días. Primero descalificó al IFE, desde hace meses a la Corte, todos los días al Presidente, después a todos los partidos que no están en la coalición, a los gobernadores y ahora dice que el Tribunal Electoral recibe “cañonazos.”
Sólo que esta sucesión de descalificaciones está llegando a un punto de quiebre muy delicado, por el calendario cívico de nuestro país.
El PRD y López Obrador quizá puedan el 1 de septiembre gritarle al Presidente y hacerle pasar un mal rato en San Lázaro, también Fox puede entregar el Informe por escrito y regresar a Los Pinos a transmitir un mensaje televisado y no pasa nada. Igual el 15 de septiembre, López Obrador puede mantener su plantón y arruinarle su último grito a Fox, que puede irse a Dolores a darlo en cadena nacional.
Pero López Obrador no puede, ni debe, poner en riesgo el desfile militar del 16 de septiembre. Ese es el límite, el punto de no retorno.
Ese día, el PRD debe decidir si quita o no su plantón, para dejar pasar al desfile militar del Ejército de una democracia. Aquí no hay matices, se quitan o no. Optan por la “R” o por la “D” de sus siglas. La izquierda decide si avanza por el camino de la democracia o si emprende una aventura sin sentido, retando al Ejército Mexicano, la única institución del Estado que se encuentra al margen y a salvo de todo este desafortunado conflicto.
Sería absurdo que López Obrador, al descalificar a las instituciones del Estado, se enfrentara ahora también al Ejército. El PRD debe entender que el 16 de Septiembre es una conmemoración cívica, no pertenece a ningún partido político, pero, además, el desfile es el verdadero día de nuestras Fuerzas Armadas, y que el Ejército Mexicano quiere un desfile sin conflictos y con el espacio que siempre ha tenido, en la historia moderna, para que lo disfruten las familias en la capital del país.
La estrategia de resistencia civil pacífica está llegando al límite y la decisión sensata y democrática es obvia.
Bien visto, el necesario retiro del plantón para el desfile del 16 de Septiembre puede hasta convertirse en una oportunidad para detener el enfrentamiento y sentarse a la mesa a dialogar. Aunque no dejaría de llamar la atención, y de preocuparnos, que sea el Ejército, marchando, el único que pueda levantar un plantón y resolver problemas que los políticos no son capaces de solucionar. Vaya precedente.
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