El primer debate entre candidatos a la Presidencia de la República tendrá lugar el próximo domingo 6 de mayo a las 8 de la noche, tiempo del centro de México. La importancia de este tipo de ejercicios radica en dos factores: primero, son de los contados escenarios –si no es que de los únicos—en donde se pueden reunir –aunque a veces no necesariamente a debatir—cara a cara todos los aspirantes; segundo, su alcance de difusión en medios electrónicos es mayor al de cualquier otro evento durante las campañas. Los debates permiten a los electores comparar y confrontar al mismo tiempo las ideas, los proyectos, las imágenes y, por qué no decirlo, las habilidades de ataque y defensa de los candidatos. Sin embargo, no existe un acuerdo sobre el efecto que esta herramienta tiene sobre la decisión última de los electores. Algunos argumentan que los debates sólo refuerzan las tendencias políticas, pues la mayoría de la audiencia estaría prejuiciada por sus propias preferencias, lo cual sólo dejaría espacio para convencer a los indecisos –que según la mayoría de las encuestas estarían por lo menos en 20% del electorado. Por otra parte, la exposición y confrontación pública de los candidatos en un debate transmitido en vivo por medios masivos de comunicación electrónica tiene el potencial de exhibir las capacidades retóricas de los contendientes, lo cual es básico a la hora de evaluar su desempeño. Incluso, una mala propuesta plasmada en una imagen impecable, puede tener un efecto más positivo que buenas ideas comunicadas con titubeos, errores y deslices.
¿Qué se puede esperar de este debate presidencial, dados los antecedentes históricos y el contexto actual? Enrique Peña Nieto ha evitado comprometerse a correr cualquier riesgo, por lo que se ha limitado a participar sólo en debates avalados y controlados en su formato por el IFE. Mientras menos confrontación, menos pone en riesgo su ventaja y si el formato acordado por la autoridad electoral no da mucho lugar al debate propiamente dicho, mejor. Por el contrario, Josefina Vázquez Mota y Andrés Manuel López Obrador encaran un dilema al estar disputándose entre sí el segundo sitio de la competencia. Ambos candidatos deberán evaluar sí es más redituable atacar sólo a Peña Nieto o sí vale la pena atacarse mutuamente para intentar agenciarse la segunda posición con claridad. Por último, Gabriel Quadri no desaprovechará la oportunidad de conquistar a un selecto sector del electorado con propuestas que, por no tener posibilidad de ser implementadas, le permiten una gran libertad de acción y así abonar a la consecución de su objetivo primordial: conservar el registro nacional del PANAL. Esto, por supuesto, no descarta la eventualidad de que arremeta contra sus adversarios –o mejor dicho, contra los enemigos de la fundadora de Nueva Alianza—, como lo hizo en 2006 el panalista Roberto Campa sobre el priísta Roberto Madrazo.
Por último, la negativa de TV Azteca de transmitir el debate y la determinación de Televisa de pasarlo por un canal sin cobertura nacional –decisiones ciertamente apegadas a derecho, si bien poco afortunadas en el sentido de la responsabilidad social que se presume debieran tener los medios en una cultura democrática— reducirán la difusión del mismo. Al mismo tiempo, es de anticiparse que, de ser exitoso el debate para los candidatos favoritos de las televisoras, el debate se reproduciría los días siguientes. En 2006, el segundo debate, que sí fue transmitido por ambas televisoras privadas, tuvo una audiencia de menos de 7 millones de personas, o sea, menos de 17% de quienes acudieron finalmente a votar. Ahora bien, como ya se señaló, tal vez la transmisión en vivo del debate no sea tan importante como sus réplicas, interpretaciones y reinterpretaciones. La pregunta real es, ¿qué tanto material habrá para ello? A partir del domingo 6 comenzaremos a despejar esa incógnita.
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