Al revisar la mayoría del casi centenar de encuestas sobre la actual campaña presidencial en México, existe en promedio 23% de ciudadanos que aún no han decidido por quién votarán o, incluso, si acudirán o no a las urnas. Este grupo catalogado como electores indecisos, representa entre 17 y 25 millones de personas, por lo cual muchos analistas consideran a este segmento como clave para determinar quién será el siguiente Presidente de la República. Sin embargo, ¿en verdad la cifra de indecisos nos es útil en el análisis o en las capacidades predictivas de la interpretación de las tendencias de preferencia electoral? ¿Cómo podrían los candidatos acercarse a estos potenciales –si bien no seguros— electores?
En primer lugar, no existe un perfil prototípico de un elector indeciso, por lo tanto no es del todo claro definir cuál será su impacto a la hora de la verdad: el día de la votación. En general, un indeciso puede ser aquel que no tiene una respuesta sobre a quién elegir entre los candidatos disponibles, quien no sustente una identificación partidista, quienes no contesten el cuestionario de un encuestador, y hasta los apáticos políticamente (según Consulta Mitofsky, 57% de la población está poco o nada interesada en la política). Ante semejante ambigüedad, los indecisos no contribuyen mucho a aclarar escenarios. En segundo lugar, los indecisos no pueden asemejarse a los que en otras democracias son catalogados como independientes (que más bien indican ciudadanos comprometidos pero sin filiación partidista fija), en tanto que no hay claridad en los indecisos acerca de si acudirán a las urnas. En suma, aunque los indecisos podrían ser el espacio más amplio de crecimiento electoral, también son el más riesgoso. La pregunta entonces sería: ¿cómo diseñar una campaña hacia los indecisos cuando se desconoce su perfil y existen costos excesivos para segmentar y focalizar las campañas?
Puesto que Enrique Peña Nieto sostiene una ventaja sustancial en la mayoría de las encuestas, las campañas de Josefina Vázquez Mota y Andrés Manuel López Obrador son las más interesadas en voltear hacia los indecisos. De hecho, en toda elección, quienes apelan a este grupo de población, lo hacen por la necesidad de ganar puntos más allá de su voto duro, en el cual se suelen encontrar estancados. Por parte del puntero, no es que se olvide de este segmento. Al momento de votar, una buena parte de los indecisos pasa a la estadística pos-electoral como votos nulos o abstenciones. Esto termina beneficiando por simple lógica matemática a quien lleva la delantera en las preferencias.
Así, dado su rezago frente al candidato priísta, tanto Vázquez Mota como López Obrador se encuentran ante un dilema. Por un lado, podrían decidir modificar estrategias para extraer votantes de la nebulosa de los indecisos. Por el otro, podrían optar simplemente por ser auténticos en su retórica, propuesta, personalidad y actitudes a fin de que, quienes no saben qué harán con su sufragio el 1 de julio, caigan en su esfera de preferencias por convencimiento y no se alejen de ella por hartazgo, decepción y/o apatía. Además, en estos tiempos donde las ideas se ausentan, el debate se reduce a descalificaciones, y los ciudadanos se sienten cada vez más ajenos a la política –cuando en realidad, recordando a Aristóteles, eso es imposible—, parece más fácil ahuyentar a los votantes de las urnas que fomentar su participación.
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