El levantamiento de la prohibición para que los camiones mexicanos crucen la frontera estadounidense y viceversa inyecta una dosis de optimismo a la agenda bilateral –actualmente dominada por la seguridad y el narcotráfico. Se prevén ahorros para las empresas por la simplificación de procesos, y como resultado una zona comercialmente más competitiva. Sin embargo, aún no se puede cantar victoria.
Cuando Estados Unidos rompió con el compromiso adquirido en el TLCAN, argumentando que los camiones mexicanos no eran seguros y representaban una amenaza para su población, estos no volvieron a circular más allá de las 20 millas permitidas después de atravesar la frontera. No fue hasta 2007 que la administración Bush decidió darle impulso al tema con un programa piloto que permitiría la libre circulación en territorio estadounidense de un número determinado de camiones mexicanos, que serían supervisados y evaluados según los estándares exigidos a los camiones estadounidenses. Cuando este programa piloto fue eliminado por el Congreso estadounidense –y el aval del Presidente Obama– en 2009, México hizo uso de su facultad para imponer sanciones arancelarias por incumplimiento del TLCAN.
La presión ejercida por México fue exitosa. Sin embargo, las resistencias en ambos lados de la frontera siguen ahí. Los teamsters argumentan que con el nuevo programa se perderán empleos, y que el gobierno de Obama arriesga con trasladar a Estados Unidos el problema de narcotráfico de México. Por su parte, los transportistas mexicanos representados en la CANACAR también exponen sus reservas y ejercen presión a nivel local para no perder sus cotos de poder. Si bien en teoría el levantamiento de la prohibición suena muy bien, el diablo está en los detalles y México va a tener que dedicarse a resolver cada uno de ellos, atendiendo las variables relevantes para los estadounidenses si en realidad quiere que esto funcione.
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