Muchas elecciones se juntaron el domingo pasado en México, pero el ciudadano tiene buenas razones para preguntarse qué diferencia hace el resultado. A juzgar por el esfuerzo, recursos, retórica y animadversión que han desatado estos procesos, parecería obvio que es mucho lo que está de por medio.
Algo trascendental debe estar cuajándose porque todas las coordenadas del sistema político se han visto trastocadas. Hace unos meses, con las elecciones de Yucatán, el Partido de Acción Nacional (PAN) pareció transformarse en el nuevo Partido de la Revolución Democrática (PRD), disputando los resultados electorales como si no tuviera memoria. A pesar de las disputas por la candidatura presidencial que lo carcomen, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) se ha unido para estos comicios porque espera que el domingo pasado se marque el comienzo de su retorno al poder.
El PAN y el PRD, desde el 2006 enemigos por antonomasia, han hecho pirueta y media para tratar de parar al PRI, aunque sea en algún estado modesto. La conclusión, en ánimo positivo, quizá sea que la democracia mexicana es pujante porque erosiona y diluye las rígidas fronteras tradicionales entre los partidos e invita a sus actores a experimentar nuevas formas de asociación y colaboración.
Los resultados de los comicios del domingo darán una pista sobre el lugar que ocupan los partidos en las preferencias electorales de la población y, sin duda, se leerán como una anticipación a la contienda que sigue, para “la grande”, en 2012.
La importancia del sufragio del domingo 4 de julio es enorme para los estados que estarán decidiendo quién habrá de gobernarlos, pero menor para el país en general. Más allá del simbolismo que represente el resultado agregado (quién gana más, quién pierde más), estos comicios son un hito más en el proceso de cambio político y ajuste que experimenta el país desde hace años, y que no ha logrado aterrizar en un mejor sistema de gobierno o en un país funcional y exitoso.
La problemática es más profunda de lo aparente. La democracia mexicana se inauguró con bombos y trompetas pero no ha resuelto problemas fundamentales, comenzando por el más relevante, el de cómo gobernarnos.
La pregunta para nosotros es cómo desarrollar esas formas decentes de vivir en las que el poder se distribuya, sea transparente en su operación cotidiana y rinda cuentas
Diez años después de la primera alternancia de partidos en la presidencia, todos tienen alguna receta para resolver el problema, pero ninguna parece atender los asuntos de fondo. Para unos la solución reside en reconstruir la mayoría que antes permitía gobernar; para otros, lo importante no es gobernar, sino que haya una amplia representación de las diversas corrientes políticas en el Legislativo.
El problema, todos lo sabemos, comienza por la falta de legitimidad y no por la ausencia de mayorías, situación que me recuerda una expresión que hace tiempo le escuché a un estudioso filipino: en Filipinas, decía, “no hay perdedores en las elecciones, solo ganadores y a los que se les negó la victoria”.
El problema en México no es de mayorías ni de representación, sino de legitimidad. El viejo sistema político se vino abajo porque perdió su legitimidad. A pesar de contar con una amplia representación de todas las fuerzas en el poder Legislativo, la legitimidad no se ha restaurado. Más de lo de antes o más de lo de ahora no es solución.
Refiriéndose a Argentina, Guillermo O´Donnell decía que el problema electoral no es el día mismo de la elección, sino el contexto en que se da, porque éste determina lo trascendente. Estas son sus palabras: “En ese contexto, perder una elección es una tragedia insoportable porque no es más el mecanismo normal de una democracia representativa de intercambio de gobierno, sino un síntoma de fracaso de esa causa noble. Por eso, no se pueden perder elecciones, y hay que hacer todo lo posible por no perderlas”.
Parecería que se refiere al PRI o al PAN o al PRD. Da igual. Todos creen que la vida se les fue el domingo pasado. Y en las elecciones que vengan. En esa misma entrevista le preguntaron a O´Donnell qué significaría perder una elección: “Si estoy convencido de que soy portador de una causa sagrada, de que yo la conozco y alguna gente de buena fe la comparte, y tengo la suerte comprobada mil veces… ese perder es el fracaso del proyecto que va a salvar a la nación”.
Si las elecciones no han resuelto el problema del gobierno y, como vimos en 2006, ni siquiera el de legitimidad, la pregunta es qué sigue. Adam Przeworski, académico estadounidense, afirma que las democracias persisten siempre que todas las fuerzas políticas relevantes entiendan que pueden mejorar su situación si canalizan sus reivindicaciones y sus conflictos por la vía de las instituciones democráticas”.
En México las fuerzas políticas han jugado por dos vías: por un lado participan en los procesos electorales, y lo hacen con ahínco y convicción. Sin embargo, por otro, siempre están dispuestos a disputar el resultado y, en demasiados lugares (incluidos varios estados que hoy disputan la gobernatura), violan no sólo el espíritu de la ley electoral vigente, sino su letra.
El poder en México sigue siendo un juego de suma cero donde unos creen que ganan todo y otros pierden todo, razón por la cual es inevitable que la disputa sea a muerte. Esa realidad recuerda el corolario de un artículo de Womack en que afirmaba que “la democracia no produce, por sí sola, una forma decente de vivir. Son las formas decentes de vivir las que producen la democracia”.
La pregunta para nosotros es cómo desarrollar esas formas decentes de vivir en las que el poder se distribuya, sea transparente en su operación cotidiana y rinda cuentas. La tarea es grande y su complejidad mayor. Pero, como decía Carlos Castillo Peraza, ese visionario del PAN que tanta falta le ha hecho a sus gobiernos, hay que “resistir la tentación de destruir lo imperfecto, para sustituirlo por lo perfecto imposible”. El riesgo hoy es caer en el otro lado. Stalin decía “considero totalmente irrelevante quién votará o cómo; lo que es extraordinariamente importante es quién contará los votos y cómo”.
Parecía que esa etapa la habíamos superado del todo, pero no es lo que se aprecia en las acusaciones y contra acusaciones que se escucharon en diversos estados del país, en los que se celebró el ritual democrático más elemental. ¿Son, pues, importantes los comicios del domingo pasado? El domingo marcará otro paso en el proceso de crecimiento del país. Si uno lee la historia de los países que hoy son parangones de la democracia, su avance fue tortuoso, violento y complejo pero, poco a poco, y a fuerza de la experiencia y los costos, se consolidaron sistemas de decisión y gobierno que hoy son ejemplo para el mundo. No hay razón para pensar que nosotros seremos menos capaces de lograrlo, por más que el hedor del viejo sistema, que no acaba de desaparecer, esté presente en cada esquina y hoy más.
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