“La política, decía John Kenneth Galbraith, es el arte de escoger entre lo desastroso y lo difícil de digerir”. El problema para el presidente Calderón es que es imposible distinguir uno de lo otro cuando no existe una estrategia de gobierno. En sus primeros años, su administración ya sembró lo que pudo pero ahora que se aproxima a la recta final titubea y confunde sus responsabilidades: ¿ser partido o ser gobierno?
Una pregunta de esa naturaleza no sería relevante en una democracia consolidada donde las instituciones son fuertes y trascienden las inevitables veleidades de los individuos o los intereses de los partidos. Un país desarrollado puede remontar los errores de un presidente o los avatares de una crisis. Las naciones que no han llegado a ese estadio son más frágiles y requieren cuidados adicionales, razón por la cual, por ejemplo, un primer ministro europeo o un presidente estadounidense no tienen empacho alguno en promover a sus partidos y sucesores mientras que en nuestro país eso constituye una violación fundamental a las leyes electorales. Cuando las naciones han logrado construir instituciones fuertes, los hombres pasan a un segundo plano. No así en países como el nuestro donde cada acto, cada decisión, entraña consecuencias.
El tema del momento es la potencial remoción de Gómez Mont como Secretario de Gobernación. En un sistema presidencial, los funcionarios del gabinete son nombrados y removidos por quien los nombró y, por lo tanto, responden a sus decisiones y preferencias. Desde esa perspectiva, más allá del chisme de café, la decisión de reemplazar al funcionario no es más que un tema meramente administrativo. Sin embargo, las circunstancias actuales son trascendentes y ameritan un análisis serio.
Hubo dos tiempos relevantes en el proceso que llevó al momento actual. Uno se dio cuando se negoció el presupuesto para 2010 y el otro en la decisión del PAN y del gobierno de aliarse con el PRD para varias de las próximas elecciones estatales. Dados los resultados de las pasadas elecciones intermedias, el PRI quedó en la privilegiada posición de prácticamente poder aprobar el presupuesto por sí mismo, con lo que el gobierno hubiera quedado totalmente marginado, casi sin gasto discrecional, como le pasó a Fox en 2005. A pesar de ello, los negociadores gubernamentales y del PAN en la Cámara lograron un presupuesto consensual que resultó extraordinariamente cercano a lo que el presidente había propuesto. Hoy sabemos que, a cambio de su disposición a comportarse como oposición leal, es decir, oposición que reconoce al gobierno, el Secretario de Gobernación le ofreció al PRI que el PAN no iría en alianza con el PRD en las elecciones estatales de 2010.
El segundo momento tuvo lugar en los últimos dos meses en que el PAN y el gobierno debatían sobre la propuesta perredista de aliarse para los comicios estatales de Oaxaca, Sinaloa, Puebla, Hidalgo y otros más. El tema del compromiso del gobierno de no ir en alianza se discutía en público y no era secreto para nadie excepto, aparentemente, para el propio presidente.
En abstracto, aliarse con el PRD para intentar ganar algunas gubernaturas en manos del PRI tiene una lógica impecable, si es que estuviéramos hablando de la era previa al 2000. Todo se valía cuando el único objetivo de la oposición, de cualquier color, era derrotar al monopolio del poder y, aún en esas condiciones, el PAN ganó sin alianzas. Como ciudadano, me parece deplorable la persistente ausencia de condiciones de competencia en varios estados de la república: el PRI ha logrado preservar cotos de poder y un nivel opresivo de control que no beneficia más que a los caciques locales. El problema es que hoy el PAN no es un partido cualquiera, sino el partido del gobierno y la responsabilidad central del gobierno es la de gobernar. En un país con instituciones débiles esa función trasciende lo partidista y adquiere otra dimensión.
Parte de las funciones de un gobierno comprometido con la democracia debería consistir en fortalecer las instituciones, combatir cacicazgos y desarrollar referentes institucionales y legales para beneficio de la ciudadanía. Sin embargo, aliarse con su principal rival para derrotar a su principal contraparte y socio en los temas esenciales para la gobernabilidad del país, representa una franca irresponsabilidad. Es comprensible que el PAN quiera derrotar al PRI en sus bastiones caciquiles y es legítimo que el PRD proponga alianzas para lograrlo. Lo que no es razonable, ni lógico, es que el gobierno arriesgue la estabilidad del país en aras de una aventura electoral que, además, podría acabar derrotada.
Vuelvo al tema de la persona en cuestión. De lo que se acusa al secretario es de haber comprometido al gobierno en una decisión que no le correspondía pero de la cual nadie se quejó cuando salió bien. Un secretario no es un mero empleado: si tomar decisiones claramente responsables en términos de su mandato institucional implica el riesgo de ser acusado de insubordinación, entonces ninguna persona con capacidad, liderazgo e iniciativa trabajaría para este gobierno. Un funcionario sólo puede trabajar cuando los propósitos son claros y su responsabilidad también. Sin márgenes de decisión, propósitos confusos, contradictorios o, peor, cambiantes, los riesgos son infinitos.
En un país caracterizado por instituciones débiles, las personas son cruciales y su palabra fundamental. Todavía más importante, en ausencia de una estrategia de gobierno, se requiere una operación política sistemática a fin de evitar que naufrague el barco. Por eso, en el fondo, de lo que se acusa a Gómez Mont es de cumplir con su responsabilidad de mantener la estabilidad y contribuir a que el gobierno sobreviva.
A lo largo de los próximos meses tendremos la oportunidad de observar, primero, si las alianzas fructifican, al menos en algunas gubernaturas. Luego tendremos que evaluar si el costo en términos de operación política y gobernabilidad valió la pena. Pero el momento crucial vendrá al final de este año cuando se negocie el presupuesto, porque será entonces cuando seguramente el PRI decidirá cómo responde ante las promesas incumplidas. Entrando en el año crucial de la nominación de candidatos a la presidencia, el PAN podría encontrarse a la defensiva y sin mayor presupuesto. Todo por la ausencia de visión estratégica sobre el país y por unas cuantas alianzas de dudosa viabilidad.
Decía Jorge Luis Borges que el peronismo no es bueno ni malo: es simplemente incorregible. Cada partido es lo que es, pero el PAN parece incapaz de entender que el gobierno y la oposición son dos cosas muy distintas.
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